Pablo de Tarzo
(Saulo de Tarso, también llamado San Pablo Apóstol) Apóstol
del cristianismo. Tras haber destacado como furibundo fustigador de la secta
cristiana en su juventud, una milagrosa aparición de Jesús convirtió a San
Pablo en el más ardiente propagandista del cristianismo, que extendió con sus
predicaciones más allá del pueblo judío, entre los gentiles: viajó como
misionero por Grecia, Asia Menor, Siria y Palestina y escribió misivas
(lasEpístolas) a diversos pueblos del entorno mediterráneo. Los esfuerzos de
San Pablo para llevar a buen fin su visión de una iglesia mundial fueron
decisivos en la rápida difusión del cristianismo y en su posterior
consolidación como una religión universal. Ninguno de los seguidores de
Jesucristo contribuyó tanto como él a establecer los fundamentos de la doctrina
y la práctica cristianas.
Saulo (tal era su nombre hebreo) nació en el seno de una
familia acomodada de artesanos, judíos fariseos de cultura helenística que
poseían el estatuto jurídico de ciudadanos romanos. Después de los estudios
habituales en la comunidad hebraica del lugar, Saulo fue enviado a Jerusalén
para continuarlos en la escuela de los mejores doctores de la Ley, en especial
en la del famoso rabino Gamaliel. Adquirió así una sólida formación teológica,
filosófica, jurídica, mercantil y lingüística (hablaba griego, latín, hebreo y
arameo).
No debía, sin embargo, residir en Jerusalén el año 30, en el
momento de la crucifixión de Jesús; pero habitaba en la ciudad santa
seguramente cuando, en el año 36, fue lapidado el diácono Esteban, mártir de su
fe. En concordancia con la educación que había recibido, presidida por la más
rígida observancia de las tradiciones farisaicas, Saulo se significó por
aquellos años como acérrimo perseguidor del cristianismo, considerado entonces
una secta herética del judaísmo. Inflexiblemente ortodoxo, el joven Saulo de
Tarso estuvo presente no sólo en la lapidación de Esteban, sino que se ofreció
además a vigilar los vestidos de los asesinos.
En compañía de San Bernabé, San Pablo inició desde Antioquía
el primero de sus viajes misioneros, que lo llevó en el año 46 a Chipre y luego
a diversas localidades del Asia Menor. En Chipre, donde obtuvieron los primeros
frutos de su trabajo, abandonó Saulo definitivamente su nombre hebreo para
adoptar el cognomen latino de Paulus, que llevaba probablemente desde niño como
segundo apellido. Su romanidad podía parecer oportuna para el desarrollo de la
misión que el apóstol se proponía llevar a cabo en los ambientes gentiles. En
adelante, sería él quien llevaría la palabra del Evangelio al mundo pagano; con
Pablo, el mensaje de Jesús saldría del marco judaico, palestiniano, para
convertirse en universal.
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